jueves, 20 de enero de 2011

El FMI y los suicidios

Un hombre de 41 años intentó suicidarse hace pocos días lanzándose al vacío desde un balcón del Parlamento rumano, en protesta por los recortes sociales aprobados por el Gobierno. Si esto hubiera ocurrido en Cuba, la noticia se habría repetido en todos los medios de comunicación, explicando que la gente se suicidaba ante la opresión del régimen comunista. Pero como esto pasa bajo el régimen capitalista, el silencio mediático se impone. El frustrado suicida, un técnico de la televisión pública, que convalece con múltiples traumatismos, gritó antes de lanzarse al vacío: «le habéis quitado el pan a mis hijos». Con uno de ellos autista, acababa de enterarse que la ayuda social que recibía había sido suspendida por el gobierno en el marco de la más reciente medida aplicada de un paquete acordado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que incluyen la reducción de los salarios públicos en un 25% y la subida del IVA del 19 al 24%, para que el país pueda seguir endeudándose con un crédito internacional de 20 mil millones de dólares.

Asistimos a la práctica unanimidad de políticos conservadores y socialdemócratas de Europa y de buena parte de la opinión publicada por sus medios sobre la supuesta insostenibilidad del Estado de bienestar en pleno siglo XXI. Conservadores, liberales y socialdemócratas se pelean por competir en esta loca carrera para ver quién adelgaza y suprime más todos los sistemas de protección y solidaridad que afectan a la mayoría, para salvaguardar el sistema financiero y las leyes del mercado que benefician a la misma minoría de siempre. Como dice Jean Ziegler, en su último libro El odio a Occidente, son las bolsas las que deciden quién vive y quién muere. Actualmente pueden comer 12.000 millones de personas, el doble de la población mundial. Pero cada cinco segundos, un niño o niña menor de 10 años muere de hambre. ¡Esto es un asesinato!, se indigna. Pero para estos niños y niñas, para el cólera de Haití, para el hambre del mundo, para el paro galopante en occidente, para los parados o para la subida del salario mínimo interprofesional nunca hay dinero, nunca hay posibilidad de rescate. Sólo hay cientos de miles de millones para rescatar a los banqueros y financieras que pusieron el dinero de nuestros ahorros en paraísos fiscales y en miles de sociedades interpuestas y declararon a continuación la quiebra de sus grandes bancos y multinacionales.

¿Es insostenible el sistema de pensiones o son insostenibles los fondos de pensiones de los directivos de la gran banca o de la SGAE cuyo presidente Teddy Bautista se retirará con una pensión de 24.500 euros al mes? ¿Es honesto reducir las compensaciones a los trabajadores despedidos mientras se mantienen desproporcionadas indemnizaciones a los ejecutivos empresariales y a los cargos públicos que cesan? ¿Es imposible subir impuestos al capital, al patrimonio y la especulación bursátil mientras se sube el IVA y las retenciones a los trabajadores y trabajadoras por cuenta ajena? ¿Por qué hemos de bajar prestaciones en sanidad y educación mientras aumentan las subvenciones del Estado a colegios y clínicas concertadas? ¿Por qué es más urgente blindar la propiedad intelectual que la vivienda de los que pasan apuros?

Cuando leo que Tony Blair tiene un patrimonio de 25 millones de euros o que Evaristo del Canto, presidente de la nueva Caja España cobra 215.000 euros netos anuales, mientras que se ha aprobado una irrisoria subida del 1,3% del Salario Mínimo Interprofesional para 2011 que será de 8.979,60 euros (641,40 euros mensuales). Cuando veo que 20.000 familias leonesas tienen que sobrevivir con 417 euros al mes, mientras un diputado cobra 3.996 euros al mes, pudiendo llegar, con dietas a 6.500 euros/mes. Cuando veo la presencia en grandes empresas y bancos de los Narcís Serra, Martín Villa, Felipe González, Eduardo Zaplana o Rodrigo Rato me pregunto qué democracia es ésta. Al servicio de quién está.

Es una dictadura de las corporaciones empresariales y financieras que están aprovechando esta crisis especulativa para acabar con el Estado del bienestar en el conjunto de Europa, agravando la pobreza que pasan cada vez más familias, mediante reformas apadrinadas por los propios gobiernos conservadores y socialdemócratas europeos: congelación de salarios y pensiones, abaratamiento del despido, retraso en la edad de jubilación, privatización de los servicios públicos. Nos hemos embarcado en el denominado -˜capitalismo popular-™ que hace que estemos más atentos a seguir las cotizaciones de Bolsa que a informarnos sobre la situación de la población en el mundo que nos rodea. Pasamos a formar parte de la estructura que acabamos contribuyendo a mantener con nuestra complicidad. Si nos sentimos parte del sistema, si tenemos algo que perder con su quiebra, aunque sea una miseria, nuestra fidelidad está asegurada. La estabilidad de este sistema capitalista se asienta así sobre la proporción de la población que ha conseguido lo suficiente para darnos la esperanza de que puedan llegar a tener más: A los que les va bien, quieren que les vaya mejor. Los que tienen suficiente, desean tener más-¦ Por eso proclamaba Gandhi: «no me asusta la maldad de los malos, me aterroriza la indiferencia de los buenos».

No nos engañemos, el dinero no se destruye ni desaparece. Se concentra y cada vez más en manos de unos pocos. Por eso la salida de la pobreza pasa por la erradicación de la riqueza: hacer pagar la crisis a sus causantes, estableciendo un Impuesto a las Transacciones Financieras en Europa, haciendo subir los ingresos públicos con más impuestos directos a quienes más tienen y especulan, acabando con el fraude fiscal y los paraísos fiscales, la defensa de una banca pública, un sistema público de pensiones y un Estado Social que garantice la universalización de los derechos sociales exigible por Ley.

Fuente: http://www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=575851

viernes, 7 de enero de 2011

Abramos la caverna de Platón

Pueden pasar años antes de que los revienta-secretos de WikiLeaks lleguen a los corredores del poder, pero hay señales en el terreno de que por fin los ciudadanos se están quitando las legañas de los ojos. Es un gran momento: “Nos han estado mintiendo todo este tiempo”. Y es lo que han hecho: violan impunemente la ley, instigan guerras, favorecen la tortura, los secuestros y las cárceles secretas; destruyen documentos, conspiran para robar ADN de diplomáticos, asesinan a civiles en varios continentes, y muchas cosas más y… extrañamente… se salen con la suya. ¿Hasta cuándo?

En la actualidad los ciudadanos nos parecemos a prisioneros encadenados en la caverna de Platón, hipnotizados por el tenebroso parpadeo de nuestras pantallas que confundimos con la realidad. Las imágenes son ilusiones. En la famosa parábola de Platón, un prisionero escapa de la caverna y descubre el “mundo real” en toda su angustia y gloria, y trata de revelarlo a los reclusos. La revelación no es deseada y al evadido lo califican de lunático.

Esta historia puede mirarse desde nuestra perspectiva actual, cuando los prisioneros de los militares de EE.UU. son encadenados noche y día, golpeados brutalmente, torturados, humillados, incluso “desaparecidos” hasta que pierden toda esperanza de volver a ingresar a un mundo que creían conocer. Muchos prisioneros son inocentes, y –según numerosos informes– muchos guardias son psicópatas.

En octubre de 2001, cuando EE.UU. invadió Afganistán, un australiano sin educación en busca de aventuras, David Hicks, trató de huir. Previamente se había alistado en el Ejército de Liberación de Kosovo, que entonces combatía contra los serbios en los Balcanes, aliado con la OTAN. Hicks no participó en los combates. Joven confuso y sin educación, pero idealista, trató de combatir posteriormente del lado del pueblo cachemirí, pero cambió de opinión. Brevemente sintió fascinación por el Islam. Hicks fue capturado por un soldado de la Alianza del Norte y vendido a agentes estadounidenses por 5.000 dólares. Como señala en su memoria: Guantanamo, My Journey [Guantánamo, mi viaje], las brutales golpizas comenzaron desde el primer día en Afganistán y temía por su vida. Como muchos otros cambiados por dinero, fue encapuchado, encadenado con grilletes, interrogado a punta de pistola, pateado repetidamente, golpeado en la cara, sometido a simulacros de ejecución y sodomizado con un “gran trozo de plástico blanco” que, gruñó un soldado estadounidense, “está especialmente estriado para tu placer”. El sadismo es sobrecogedor, y es sólo el comienzo.

Hicks formó parte del primer grupo de detenidos que llegó a Guantánamo. Arrojado sobre un trozo de cemento en una jaula de alambre de púas, se le prohibió que mirara a sus carceleros. Las únicas posiciones autorizadas eran sentado o acostado en medio de la jaula mirando hacia un lugar fijo en el cielo o el hormigón. La menor variación provocaba un ataque de la Fuerza de Reacción Instantánea, quienes golpeaban ferozmente a los infractores, a menudo acompañados por perros.

Todo en Guantánamo era vergonzoso y enfermizo –incluida la incapacidad del presidente Obama para borrarlo de la faz de la Tierra-. Las observaciones de Hicks sobre sus seis años de cruel e inusual castigo son corroboradas por numerosas fuentes. Ni un solo soldado ha sido responsabilizado, ni siquiera los que asesinaron a tres prisioneros al meter a la fuerza trapos por sus gargantas.

Hicks niega categóricamente que haya tenido algo que ver con al-Qaida, y por cierto era de esperar, ya que dice que ni siquiera había oído hablar de la organización hasta que le llevaron a Guantánamo. Sin embargo, en un campo en Afganistán, había encontrado a Osama bin Laden lo que lógicamente provoca la pregunta de qué campo se trataba y es comprensible que haya excitado a los servicios de inteligencia de EE.UU. Sin embargo, ¿justifica ese hecho la conducta repugnante que tuvo lugar en Guantánamo y en otros sitios? Hay que pensar seriamente en esto, y si la respuesta es afirmativa, resulta que no somos lo que pretendemos ser.

Cuando el general Geoffrey Miller llegó a la instalación, se multiplicaron los tormentos. “Ya no nos daban papel higiénico”, escribe Hicks, “No nos permitían jabón para lavarnos las manos, pero esperaban que comiésemos con nuestros dedos”. Los reclusos sufrían prolongado confinamiento solitario, privación del sueño, medicación forzada, desnudez forzada, pulverizaciones con pimienta, exposición a un frío inclemente y “tortura de naturaleza sexual”. Miller fue quien introdujo perros de presa, y cuando fue transferido a Abu Ghraib volvió a utilizarlos. Entre las series inolvidables de cuadros pornográficos creados por el turno de noche de la prisión, se ve a los perros de Miller amenazando a los presos. (En su ceremonia de retiro en la Sala de los Héroes del Pentágono en 2006, Miller fue honrado por el vicejefe de Estado Mayor del Ejército, general Richard Cody.)

Después del 11-S, se impuso el neo-macartismo, que traumatizó a los medios dominantes y redujo a sus periodistas a la calidad de macheteros belicistas. En pocos casos, cuando los excesos de los militares de EE.UU. llegaban a las noticias en la televisión, como la matanza de niños en Afganistán o de periodistas en Bagdad, se introducía a un “experto” para que suministrara el “contexto”.

Gracias a WikiLeaks, una serie de ONG, cineastas independientes, sitios de investigación en la red y un puñado de rebeldes periodistas no-empotrados, hay un cambio en la tendencia. En la última película de John Pilger, The War You Don’t See [La guerra que no véis], se ve sorprendentemente a una serie de pesos pesados de los medios que se disculpan por la información sesgada. “No hice adecuadamente mi trabajo,” admite ante Pilger el periodista de la BBC, Rageh Omaar. “Levantaría la mano y diría que uno no apretó con suficiente dureza las teclas más incómodas”. Omaar describe cómo la propaganda militar británica manipuló exitosamente la cobertura de la caída de Basora, cuando BBC News informó “17 veces” de que había caído. Esa cobertura, dice, fue una “gigantesca cámara de resonancia”.

El veterano presentador de CBS news, Dan Rather dice a Pilger que “había miedo en cada sala de noticias de EE.UU., miedo a perder el puesto de trabajo… miedo a ser etiquetado de alguna manera, como poco patriota u otra cosa”. Rather dijo que la guerra convirtió a los periodistas en taquígrafos y que si los “periodistas hubieran cuestionado los engaños que llevaron a la guerra de Iraq, en lugar de amplificarlos, la invasión no habría ocurrido”. Dicen que este punto de vista es compartido por una serie de periodistas experimentados entrevistados por Pilger.

Los medios australianos cayeron de cabeza en la trampa de la propaganda, excitados por "Conmoción y Pavor" y presentaron discusiones con expertos del Pentágono, que pretendían que los bombardeos de precisión en Bagdad reducirían las víctimas civiles. El aplastamiento de Faluya y otras atrocidades apenas se mencionaron.

The War You Don’t See se presentó en Gran Bretaña a finales de diciembre y pasó rápidamente a YouTube y otros sitios. La reacción es sorprendente. Las vendas caen de los ojos de una nueva generación: me quedo mudo, con el corazón destrozado, y horrorizado ante nuestra propia complicidad… ¡Un 90% de muertes civiles!... Podría haber mirado otras 3 horas y querría más… Un vídeo impresionante ¡Gracias a todos!... Por desgracia, para terminar con todo esto, tenemos que repensar todo nuestro concepto de sociedad, autoridad y responsabilidad y capacidad personal… Y así sigue.

Incluso los cercanos a los militares de EE.UU. han sido llevados a reevaluar su misión, como en esta confesión de Tim King de Salem-News de Oregón: “A punto de comprender mi propio papel en la promoción de las guerras de EE.UU. en ultramar como ex periodista empotrado, el nuevo programa de John Pilger me arrojó directamente desde el acantilado de la ignorancia hacia un doloroso valle de entendimiento. Siempre pensé que tenía una ‘salida’ moral porque aunque fui un marine, lo único que disparé en una guerra fue mi cámara de televisión. Pero resulta que cuando enfrento este dominio descubro con extrema claridad que por pequeño que haya sido en comparación con algunos periodistas, formé parte del problema.”

En esta época de terror es hora de concentrarse en terroristas de cosecha propia que se presentan como salvadores; los cobardes asesinos de la CIA y sus afiliados secretos, que lanzan drones a las tribus empobrecidas, matando a los buenos y los malos y a los bebés, exactamente como en Vietnam.

Como señaló el antropólogo Maximilian Forte, la verdadera guerra contra el terror es “en realidad un programa de contrainsurgencia global dirigido contra todos nosotros. Vivimos en un régimen de ocupación global, donde la guerra psicológica, los ataques contra los derechos humanos, y poderes estatales cada vez más dictatoriales se dirigen contra los ciudadanos, no sólo contra los “combatientes enemigos” extranjeros.

En la caverna de Platón los reclusos se sienten mejor con ilusiones que con la verdad, como en la actualidad. Durante la última década, millones de personas han hecho la vista gorda ante el hediondo sistema de engaño, tortura y matanza generalizada que ha infectado a Occidente. Indiferente a los tratados, las convenciones y las reglas de la guerra, el gobierno de EE.UU. es una mancha en el paisaje del futuro, un exterminador indecoroso que nunca duerme, adicto a la guerra; insensible ante la carnicería que crea.

El gobierno de EE.UU. proclama una pasión por la libertad, aunque trata de eliminar la libertad de otros, como Julian Assange, por denunciar las hazañas ignominiosas de sus militares, mientras asesina inocentes con una andanada de un helicóptero, seguida por una burla.

Ahora llueven del ciberespacio revelaciones sobre lo que ha estado pasando en realidad, a diferencia de los cuentos de hadas de la televisión. Nos presentan una ventana abierta a la información. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

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Richard Neville vive en Australia, el país que lo formó. En los años sesenta provocó un escándalo en Londres y publicó Oz. Para contactos escriba a: rneville@ozemail.com.au